lunes, 26 de mayo de 2008

Mínimo

quiero hablar de la tarde gris
y la llovizna en la cara
de cosas simples
como caminar sola
y tener las manos frías
y sin darme cuenta
va cayendo la noche
va instalándose esa hora del día
en que todo es tenue / vago / mínimo / disoluto
porque la luz artificial
todavía no alcanza /
todo es un gris monocorde y pálido
y en esa especie de confusión
es cuando siento que la soledad
me patea tres veces en el estómago / me harta
entonces me doblo sobre mí misma
formo una bola con mi propio cuerpo
y me dejo caer
y ruedo y ruedo… y ruedo
por esa “callecita linda”
de empedrado / que se inclina
hacia la hondura de algunas cosas
me deslizo / caigo (me hundo)
y siento con más fuerza
la llovizna en la cara.

lunes, 19 de mayo de 2008

Disquisiciones

alguien espera en una esquina de la cuartilla blanca
pero es posible
que se canse antes de la medianoche y se vaya
¿a dónde irá?
¿son los rincones escondites posibles?

hace siete páginas que no ocurre nada sorprendente
y yo me pregunto si deberíamos mantener la tensión
cuando creamos nuestro propio argumento
¿es cierto que perdemos la fábula
sin la expectativa del lector / del otro?
¿es posible que el coprotagonista se robe la historia
que el ritmo fluctúe como las crecientes
que el lector se aburra y abandone?
¿quién lo impulsaría?

busco en este poema
una pregunta que lo sintetice todo:
¿soy?

lunes, 12 de mayo de 2008

Amnésicos

hasta que me detengo a la par de sus hombros
no recuerdo su fisonomía exacta

frente a él / la historia de algún pasado pugna
irrumpe en mi mente como una revelación incierta
pero sin las islas amnésicas
es imposible reconstruir la secuencia

imagino que los ojos son la cámara que se enciende
y entonces la película comienza a rodar:
las acciones se encadenan
en una sucesión lógica / verosímil / posible

pero ¿cuáles son las sensaciones reales?
¿las de los actores que interpretan la escena
o las del espectador que la observa?

el tiempo fija como una cuerda
la duración del rodaje (a punto de romperse)
pero hay alguien / yo sé /
que ya dispuso las circunstancias:
ciudad / dos personajes / noche
hay alguien / estoy segura /
que golpea la claqueta y crea
los intervalos que nos suspenden momentáneamente
que nos borran el guión / que nos esfuman lo vivido
y entonces somos otros
¿los que somos o los que fuimos?
simples almas sin capacidad de memoria
que esperan el ruido del click
para empezar a moverse.

lunes, 5 de mayo de 2008

Ecuación natural

Sabía que lo que buscaba estaba en una ecuación natural, pero que la matemática todavía no había podido descifrarla.

La luz se había cortado en todo el barrio y la oscuridad de mi casa no me ayudaba. Como siempre que me sentía confundida y asfixiada, salí a caminar.

Afuera, aunque la noche se había instalado hacía algunas horas, el cielo tenía su propia fosforescencia. Éramos pocos los que deambulábamos silenciosos, los demás permanecían encerrados dentro de sus casas por causas paranoides típicas de la gran urbe.

Caminaba sin destino, pero trataba de evitar los rincones más oscuros porque no contribuían a aclarar mis conjeturas.

Los minutos se caían en las alcantarillas junto a los perros extraviados y el efecto billar también me atrapó. Un hueco me tragó antes de que pudiera resistirme. El vértigo inesperado me impidió razonar.

Aterricé sobre una mesa larguísima y destrocé el arreglo de flores que había intentado decorar ese momento especial. Por un instante, los doce comensales me miraron tan sorprendidos como yo a ellos, pero luego todo volvió a la calma, a una normalidad extraña que no comprendía.

Una mujer mayor, de unos setenta años, sugirió que estaría más cómoda si me sentaba en una de las sillas. Observé el único lugar libre en la cabecera de la mesa. No pude negarme, sobre todo porque les debía una disculpa.

Enseguida alguien llenó mi copa con una bebida espumosa de frutas naturales. El brindis se organizó de inmediato: Por el misterio, dijo un hombre y todos rieron como embriagados.

Bebí sin pensar, la confusión había bloqueado todas mis ideas, mi cerebro ya no conectaba causas con efectos, ni concavidades con sus complementos convexos. Primero sentí un temblor en todo el cuerpo y después una especie de explosión dentro de mi cabeza. La sala se iluminó como si alguien hubiera disparado el flash de una cámara.
Volvió la luz, gritaron varios con entusiasmo.

La mujer que estaba a mi derecha me codeó con fuerza. La miré y noté que me hacía gestos como exhortándome a que hablara. De pronto, todos los demás se callaron y clavaron sus ojos sobre mi rostro aturdido.

Está en la piel, creo…, o en la saliva, comencé a explicar, o tal vez en la sangre, pero todavía no sé cómo vamos a traducir el mensaje.

Aaaah!, murmuraron todos. Mis palabras parecían adecuarse exactamente a sus expectativas.

Probemos, propuso un hombre vestido de blanco, que había dispuesto sobre la mesa una serie de herramientas quirúrgicas.

Primero raspó la yema de su dedo índice con una especie de gubia y extrajo restos de piel. Los colocó sobre un plato vacío y les arrojó encima un ácido blanco que había sacado de un frasco que guardaba en su bolsillo. Todos miramos el hilo de humo que se desprendió y que duró sólo un segundo.

No, no está en la piel, refunfuñó.

Otro hombre, de casi ochenta años, ofreció su saliva. Abrió la boca, bien grande, y sacó la lengua delante del que se jactaba de médico quien, con una cuchara de té, recogió la humedad que se había acumulado entre las encías debilitadas del viejo. Luego, colocó la cuchara encima de la llama de un encendedor. La saliva tomó temperatura y -otra vez humo-, comenzó a evaporarse hasta desaparecer por completo.
Nada. Ninguna huella siquiera que delatara el mensaje. Sólo quedaba una opción. Por un instante todos permanecimos en silencio y nos observamos.

Mi sangre, dije como guiada por un impulso exterior que me obligó a hablar, por una voluntad que desconocía.

El hombre de blanco tomó un bisturí y realizó un tajo longitudinal sobre mi muñeca izquierda. Dejé que las gotas cayeran al azar sobre otro de los platos.
Entonces ocurrió algo inexplicable. El mensaje podía leerse con facilidad en las letras rojas que, a modo de telegrama, impregnaron la superficie blanquísima del plato:

En los detalles está el misterio, se leía claramente.

Nadie se atrevió a decir nada más. Todos quedamos boquiabiertos y palidecimos por varios minutos. Se podía escuchar hasta el aleteo de las mariposas nocturnas. Luego, protegí el tajo con mi propia saliva y la hemorragia cesó. Entonces fui chupada por una fuerza superior que me sacó de allí como un tsunami y me arrojó contra el pavimento exterior.

Regresé a casa. Al entrar, encendí la luz y pude ver la existencia con una minuciosidad reveladora. Después miré mi brazo izquierdo y mi muñeca se encontraba intacta. Entre las infinitas líneas en las que se desplegaba mi piel nadie hubiera podido reconocer cuál era la grieta que se había abierto algunos minutos atrás en aquel lugar desconocido. Miré por instinto hacia mi mesa de luz. Allí descansaba una estatuilla de ébano con una figura casi irreal, que antes nunca había estado. Me acerqué y con temor la tomé entre mis manos; sólo entonces pude leer un rótulo tallado rústicamente en su base: El misterio está, otra vez, sellado.